Sunday, March 05, 2006

Historia de Barbero llevada al cine

La locura se instaló en Porongo para una Historia de Barbero


Producción. Lora hizo el guión, dirigió y filmó su cortometraje. Lo colaboraron 18 técnicos de Locango Films




Pablo Ortiz



Los domingos, en Porongo, son de fútbol. Desde las 9:00, la plaza, que es una cancha, se llena de colores y rivalidades que se renuevan a lo largo del día. Pero el pasado fin de semana hubo dos acontecimientos que sacaron al pueblo de esa rutina festiva: la campaña electoral y el rodaje de un cortometraje.
Mientras el primero llenaba de banderas coloridas y música cada esquina del lugar, el segundo se expandía de boca en boca en todo el pueblo, que se enorgullecía de saber que ahí se estaba filmando “una película”.
La productora Locango Films movilizó a más de 100 personas para registrar Historia de Barbero, cortometraje de Jorge Arturo Lora inspirado en el cuento homónimo de Blanca Elena Paz. “Lo leí cuando salió el libro Onir y me enamoré. tenía toda una lógica visual que lo hacía perfecto para llevarlo al video. Hablé con Blanca Elena Paz y La Hoguera para solicitar los permisos y no sólo me los dieron, sino que financiaron el rodaje”, explica Lora.
Ese enamoramiento cuesta $us 2.500 y tendrá una duración aproximada de 15 minutos. Este es el tercer corto de Lora, que antes produjo Travesía (16 mm) y La gambeta boliviana (digital). Fueron necesarios 18 técnicos y 83 actores para llevar a la pantalla el relato de Paz. Todas las escenas fueron rodadas en dos días y la preproducción y los ensayos se desarrollaron durante una semana.
Para hacerlo posible, Lora y Locango se apoyaron en la Fundav, que consiguió los extras, y en la Alcaldía porongueña, que cedió las locaciones y la alimentación para el personal. Historia de Barbero está protagonizada por Agustín Saavedra. Relata la vida de un peluquero que fue expulsado de su pueblo durante la dictadura y que, todos los años, espera la procesión de la fiesta patronal para que el pueblo se vacíe y poder desatar su locura, ésa que le permite vengarse del hombre que lo obligó a marcharse del pueblo. Se estrenará en 2006.

Ficha técnica

Título: Historia de Barbero.
Formato: Cortometraje en video digital.
Duración: 15 minutos
Locación: Porongo
Dirección: Jorge Arturo Lora.
Asistente de dirección: Róger Cadena.
Guión: Jorge Arturo Lora basado en el cuento de Blanca Elena Paz.
Actores: Agustín Saavedra (Barbero), Arturo Lora (Agapito), Joaquín Suárez (Hijo opa). Además de 80 actores extras.
Dirección de fotografía: Jorge Arturo Lora.
Segunda Cámara: Emilia Yacob.
Diseño de fotografía: Róger Cadena.
Dirección de arte: Alfredo Román y Raquel Schwartz.
Producción: Eduardo Castro y Jimena Lora.
Jefe Técnico: Franco Nogales.
Vestuario: Cristina Lora.
Sonido: Giulio Barbonari.
Producción Ejecutiva: Locango Films, Blanca Elena Paz y La Hoguera.

PRÓPOLIS

Blanca Elena Paz






Durante mi primera exploración no me percaté que alguien habitaba dentro. Comprendí los intentos que hacía por contactarme cuando noté que los extraños símbolos permanecían en la pantalla pese a mis órdenes de eliminarlos. Fue la muchacha quien tradujo su propio lenguaje para informarme que allí estaba con otros semejantes a ella.

Xerkia había sido concebida para ser la mujer más bella e inteligente de todo aquel sistema de realidad virtual. Por naturaleza es una fanática internauta -pero no empedernida-, que, cuando no está navegando, y para prevenir el ocio, acostumbra dedicar varias horas a su trabajo de investigación, a través de una ventana.

Hace poco, después de atender lo que corresponde a un control de cambios, logró hacerme una confidencia: “Como aun en este mundo asombrosamente calculado, no todo está bajo completo control -escribió utilizando email-, habiéndome camuflado entre columnas para salir de la galería de estilos; rompí con el esquema y terminé enamorándome de un piloto automático”.

En otra oportunidad dijo -bastante descorazonada-, que, el aviador viajaba a tiempo completo y por esto no lograba verlo. Ella, al tener la respuesta exacta para cada problema formulado, comprobó que hasta siendo Ph.D. en cibernética, la ciencia, ni la tecnología habían logrado consumir su alma. —Soy capaz de sufrir por amor -repitió en un código diferente, para evitar la piratería-, ése es mi mejor consuelo.

A menudo logro combinar correspondencia con la muchacha. Sé que a veces dedica algún tiempo, a darle personalmente -y en el pico-, rosetas de maíz a su loro Chip. Le premia porque esta ave no sólo repite sino almacena gran cantidad de información.

Tal como una usuaria me solicitó hacerlo, le pregunté a Xerkia sobre sus métodos para mantenerse delgada. –Durante algún tiempo estuve haciendo ejercicios en las barras de herramientas -respondió-. Ahora descubrí algo más sencillo: practico danza diariamente durante algunos minutos. Se debe evitar un fondo de disco compacto o de disquete -recalcó-, porque la música en ambos casos suele ser tramada. Para resultados óptimos utilizo sólo el disco duro.

Porque venía al caso, dijo conocer una secretaria obesa, famosa por su manía de abrir diariamente una nueva carpeta y fisgonear archivos confidenciales. Recordó a la gordita justificando: “lo hago por seguridad interna”, cada vez que se enteraba de alguna referencia cruzada. Según la muchacha, su conocida confunde las tarjetas de acceso con las de crédito.

Xerkia ha estado deprimida y en silencio. Demoró una semana en recuperarse física y emocionalmente. Se le acumularon varias situaciones negativas a la vez: primero el problema con aquel operador pesado que continuamente la acosaba. El día que ella le otorgó el acceso que siempre le había negado fue suficiente una milésima de segundo para que le invadiese un virus.

Me contó que, finalmente, en un puente aéreo había coincidido con el piloto de sus sueños. Para agradarlo y romper la rutina, Xerkia -sabedora que el galán es un experto infornauta-, programó un paquete turístico para ambos por los mares del Sur, a bordo del “Internet”, -de bandera cosmopolita.

Continuó explicándome lo sucedido posteriormente. Según ella, había solicitado vacaciones a su jefe -comandante y tirano del sistema-. Éste respondió con un “si”, pero como la característica del señor es la memoria insuficiente, al parecer, en el momento aún no había considerado una cantidad de nuevos documentos en vista preliminar a los que se debería traducir, imprimir y guardar. El resultado es que posteriormente él dijo: “no”, y por ese error de comando se anuló todo el programa.



© 2001 - Blanca Elena PAZ

Onidra : La tierra del dragon



Blanca Elena Paz

En una ficción de sombras
continúan las galerías de piedra,
quietud en círculos sin variaciones,
sólo un ulular de viento
entre cúpulas y campanas.

Hemos recitado esta escena
en sucesión de siglos
simbología onírica
yelmos y cotas
hierro forjado.

Se duplican las paredes abovedadas,
graderías y colgaduras de raso.
¿Por qué, Señor, añoro el retumbe de los cascos
y el destello de chispas que en la piedra deja la herradura?
nunca los he visto y los guarda mi recuerdo.

Aguas en reflujo,
acantilados verticales,
espuma y moho en las rocas.
¿Qué extraño atavismo es éste que trae el alba?

Evocación del silencio

Blanca Elena Paz





A Miguel Ángel Lundin


Ante la mesa nocturna
sólo muestro lo que fui
un grano de arena
en la inversión del reloj.

Por el tejado y las paredes
desciende el calor
tu mirada delinea y pinta mi boca
¿tus ojos se lavan?
no los veo.

Latitud de octubre
¿Para qué exponer heridas?
en la mitad de mi cuerpo
un abismo responde.

No esperes ecos
entre mis rígidas paredes
la madrugada aposenta
silencio en los huesos.

Sucesión de pasos
en calles tediosas de sábado
se me han ido vigilias y nostalgias
la herrumbre de los andenes.

No besarás mis manos,
tus pasiones no me demandan
ya no me escuchas
hemos celebrado el olvido
en los días de lluvia.

Palabras mudas
mi fuego no te abrasará más
tus sueños multiplicarán un nombre
que no será el mío.

Develo esta noche
la dilución de los signos
mi tiempo concluye
sólo me ha sido prestado
límite y origen se unen
cuando me despido.

Hacker

Blanca Elena Paz





Nunca nos hemos visto y sabemos que jamás podremos mirarnos a los ojos, que las manos del uno no sentirán el calor de las del otro, que no tiene paisaje ni dimensiones el espacio de nuestras citas.


Me asusta confesar el dolor de ignorar tu rostro, al que revisto de todos los rasgos que voy encontrando en mis insomnios, he ensayado tantos colores en tus ojos y luego he reemplazado los matices por otros que aún no han sido mezclados.


Sé que tu tez es diferente en cada momento del día. A veces el amanecer me la muestra cuando cambia de negra a nívea, en las tardes de otoño es canela y cuando cae la noche se transforma en dorada.


Puedo adivinar, tu voz acentuada cuando modula palabras que no me dirás nunca al oído, tus latidos que no se confundirán con los míos.


Sólo quisiera definir tu edad para saber si debo dejar de borrar tu ausencia de mi cama, de inventar tu sudor y nuestros gemidos de placer entre las sábanas, de morderte los labios mientras tus dedos imaginados enredan mis cabellos.


¿Debo abrir mi alma para que las campañitas que allí tañen queden liberadas al silencio? ¿Convenceré al espejo de que esa que sonríe debo continuar siendo yo con todos mis años y mi carga de dudas?


Espero, con más temor que a la muerte, el día que decidas accionar un botón para que nuestro espacio me arrebate eternamente tu nombre.

Pesadillas*

Blanca Elena Paz






Cada noche besaba una de las fotografías de ella antes de acostarse. A veces era aquella que la mostraba en el muelle o la otra que sólo enfocaba su rostro ante un cuadro de Dalí. –Hasta más tarde –le hablaba al retrato-, mi reina exótica.

Todas las noches soñaba lo mismo: ella caminaba a su encuentro. –Vendrá a conocernos –repetía él algunas veces ante su perro. El animal se erguía en toda su altura para lamerle una mano-. Ya verás cómo viene y se enamora de nosotros, tú eres limpio y estás amaestrado, y yo…también tengo lo mío-. Por algunos minutos continuaba recordando que había recibido varias cartas, cuando decidió buscar esposa por internet. Obviamente a las mujeres, creía él, les impresionaba favorablemente su fotografía, ¿a qué mujer no le gusta un hombre joven y guapo? No deseaba que sólo se guiaran por eso. -Si alguna se enamora que sea de lo que llevo por dentro, -repetía-, no de un retrato.

Ella revisaba diariamente su correo electrónico. –De lo contrario –le explicaba a su amiga- podría llenarse el recipiente y eliminar algunas solicitudes importantes-. Con la otra muchacha solían bromear acerca del éxito en la exportación de textiles de la tierra. Ambas coincidían en que a partir de la instalación del negocio la demanda era permanente. La última apertura del correo era en la noche, sabía que allí la aguardaba el mensaje de él. No era un hombre que necesitara envíos de telas autóctonas o de prendas confeccionadas manualmente, se interesaba en ella, ¿cómo la había encontrado? La publicidad de la empresa aparecía en internet, y mostraba la fotografía de la gerente.

La mujer respondía ritualmente el mensaje. No tenía ninguna foto para besar, ni señas del hombre que lo describieran físicamente, pero esos detalles no le preocupaban. Ella sí le había enviado retratos de todas las épocas de su vida. “Hasta mañana, mi fantasma”, repetía todas las noches “Ojalá permanezcas siempre aquí” .Luego desconectaba el ordenador.

-En sus cartas habla de las flores y de sus mascotas, a ella le gustan y a mí también. Cuando venga a vernos te llevará a pasear, será más amable contigo de lo que es el hijo del portero. -El perro se acurrucaba junto a la silla-. La casa debe de conservarse siempre limpia y ordenada, a ella le gustará así como se ve. Mañana mismo le diré a la señora Morris, que agregue un día más de limpieza por semana.

Durante ocho años la mujer se había dedicado exclusivamente a la atención de necesidades de un marido parapléjico y malhumorado. Ya llevaba algún tiempo de viuda y creía llegado el momento de vivir para ella misma. No le faltaba alguna que otra propuesta matrimonial, pero eran las cartas del hombre misterioso las que le fascinaban despertando su interés.

-Sólo espero que en los sueños llegue a tocar mis manos. Tú también debes estar seguro de que cuando esto ocurra la veremos llegar al día siguiente-. Continuaba el hombre afirmando que, a pesar de no haberlo dicho en sus cartas, la mujer cruzaría dos continentes para conocerlo. –Ella es así –decía-, espontánea, posesiva y dulce. Cuando en sueños anuncie que vendrá, pediré a una florería que envíe el más bello ramo de tulipanes amarillos. De ese color son sus ojos ¡Dios, nunca los había visto como los tiene ella!, míralos Tanny -el perro permanecía quieto ante la cercanía de la foto-, son parecidos a los de un gato persa, así… como dos hojas de árbol, casi verticales, en el inicio del otoño.

Todas las noches soñaba lo mismo, iba en pos de la sombra proyectada en el gigantesco muro. En sus sueños no alcanzaba a definir los límites de esa mancha oscura. Aquella vez se encontró frente a la muralla, era de cristal pero dejaba traslucir una forma.

La angustia había hecho que despertara, sus sollozos inundaron todo el departamento. Después de varios minutos encendió el ordenador para bloquear definitivamente una dirección. Los sueños le habían mostrado nítidamente la silueta de un hombre en una silla de ruedas.

Despertó sintiéndose desolado. Sus lágrimas continuaron humedeciendo la almohada. En los sueños él estaba al otro lado de un muro de cristal y sólo vio la espalda de ella…cuando se alejaba.

*Publicado en almargen.net

Viento de arena*

Blanca Elena Paz





"¿Había demasiada luz en los salones?". Y también sus ojos se iluminaban durante la evocación. Me pedía un cigarrillo, siempre encendido, que yo le alcanzaba fingiendo dárselo a escondidas. A veces, antes de sentarme, acercaba un poco más hacia ella alguno de los sillones de mimbre barnizado, que simétricamente se distribuían por toda la galería.

"Demasiada, ya lo creo". Decía en voz baja e iniciaba una sesión más de recuerdos ante la mención de aquella frase clave, repetida por mí a sabiendas que abría pasillos ya sellados en su memoria casi perdida.

"Esa mujer, la pelirroja de la que ya te he hablado, pasaba todo el tiempo en salidas hacia el tocador". De pronto se adentraba en aquellas abstracciones que me hacían pensar en la cercanía del final. "Tú creerás que era para retocarse el maquillaje". Yo la miraba entre seria y poco interesada, en espera de que dejase la conversación a medias, porque comprendía que ella continuaba arrastrando su dolor disimulado.

"¿Qué se supone, entonces que la mujer hacía en el baño?". Me sentía obligada a preguntar finalmente para no pasar por grosera. "Escribía recados para los hombres elegantes, sí, es así como lo digo. ¿Tampoco hoy trajiste las fotografías?". Yo movía la cabeza en señal de negación y ella me preguntaba si no había olvidado también las olivas negras para acompañar el pan ácimo.

Tenía inventada una historia para contarle a ella, aprovechando que me suponía una ex compañera de colegio de su hijo. Era una historia de enamoramientos con rayos, de esos que hacen abandonar ciudades y raíces.

“Tarek también lucía elegante. –besaba las puntas de sus dedos al mencionar ese nombre tan querido- Toda ropa siempre le fue bien por su físico. ¡Qué hijo tan hermoso me mandó el Señor! ¡Hasta su inglés es perfecto! ¿Sabes que él nació en Los Ángeles? –sólo asentía en silencio a todo aquello porque las ganas de llorar parecían traicionarme-. Desde que vino al mundo presentí que era un elegido. Esa mujer extraña puso sus ojos en él ese Año Nuevo. Imagínate, por mi intermedio le envió el papel dándole una cita”.

En algunas oportunidades maldije el no poder explicarle que Zamira, sólo era la responsable de contactar a su hijo para nuestra organización, y que de ninguna manera se hubiese podido presentar otro tipo de relación entre ellos dos, pero, ¿quién sino nosotros podría comprender todo aquello? Siempre termino aceptando que el tiempo ya se ha llevado muchas cosas. Sería bueno que finalmente, como el monzón, lo borrara todo.

“La mujer aprovechó que yo me acerqué a retirar los ceniceros repletos de colillas, de las mesas de juego para entregarme la nota –continuaba ella en su obsesión-, desde esa noche mi hijo se transformó en otro. Por sus rasgos yo me daba cuenta que la muchacha también era de nuestra sangre, pese a que tenía el cabello completamente rojo”. -¿Sería su color natural? Le pregunté alguna vez, y ella me confirmó lo que siempre supe, ya que Zamira ha sido la más querida entre mis hermanas y su cabello era como el azabache.

“Aunque insistas en que es otra la que se llevó a mi hijo para Australia estoy segura que fue la mujer de la casa de juegos –y me costaba convencerla de que, entre ellos, sólo hubo un acercamiento momentáneo-. No comprendo el motivo por el cuál mi hijo abandonó, y me pidió dejar, el trabajo que ambos teníamos en el casino, para cambiar de ciudad. Tampoco sé por qué desapareció sin decírmelo”.

Después, ella caía en ese estado de ensoñación que le hacía pronunciar palabras sin nexos…sueltas como las chispas de arena blanca y parda que mencionaba entre suspiros. En sus evocaciones estaban presentes: el sol, la leche agria, y las cabezas y cuerpos de las mujeres, totalmente cubiertos para no agraviar a la religión ni a los antepasados.

“Extraño los pensamientos que ya se han ido”. Decía continuamente. En algunas ocasiones intentaba recuperar su memoria. Debo reconocer que yo le temía a esa última posibilidad, porque era preferible su estado actual de rechazo a la realidad, a tener que revivir ese terrible momento de años atrás.

A veces he sentido envidia de su situación. Hubiese preferido la amnesia antes de continuar viviendo en este infierno que sobrevino.

“Tarek nació siendo yo mayor –repetía-. Cansado de esperar su padre ya me había reclamado el derecho a traer otra mujer a la casa para que le pariera algunos hijos. Nunca se lo dije a él, pero ahora te cuento que interiormente no quería aceptar esa situación. Justo quedé embarazada y no se habló más del asunto”. Yo le decía que difícilmente su finado marido hubiese podido tener un hogar con dos mujeres. No era una costumbre americana y la sociedad lo habría reprobado.

“Fatem -recuerdo haberle dicho la última vez que la visité-, el lunes te traeré heenna, porque ya empieza el Ramadán”. Ella me pidió un “jiyab” nuevo de seda cruda y una lata de jugo de dátiles para beber durante el día. “Tú también necesitas purificarte –recomendó-. No importa si naciste aquí, igualmente debes llevar el cabello cubierto”.

“Eres un elegido –pude leer en el escrito que había guardado Tarek con tanto celo-. Éste es tu viaje final para reunirte con Él. No debe fallar tu fe ni tu mano para cumplir con su designio”.

“Te pareces bastante a la mujer pelirroja, pero tu cabello es negro –fue lo último que Fatem dijo-. Me hubiese gustado que fueras mi nuera” – y yo bebí mis lágrimas porque ella nunca llegaría a saber que su deseo ya estaba cumplido.

Él es único, poderoso y verdadero. Mahoma es su profeta.


*publicado en la revista mexicana de literatura almargen.net

LA CASA BLANCA

Blanca Elena Paz

-¡Esteban, llevá el canasto!
La voz de tu madre hace que levantés la vista del suelo. Guardás el toro de cristal. Los demás protestan por la interrupción del juego.
-Ya voy mamá- un poco de desgano en tu respuesta. También desgano en tus pasos que abandonan la sombra del árbol. Y, después de tomar la cesta llena de tamales, te alejás hacia los barrios de calles enlosetadas.
-Véndalos todos y no se tarde mi hijo, necesito esa plata- Las recomendaciones te acompañan como te acompaña el sol. Ese sol que reseca la tierra arcillosa hasta hacer que se descascare formando grietas. Volvés la cabeza. Con un gesto de mano te despedís de los amigos que continúan jugando a las bolitas. Te vas alejando del barrio. Empiezan a distanciarse las zanjas verdosas con su vaho caliente.
Cruzando la carretera están las casas con jardines. En éstas venderás todos los tamales. Irás pulsando uno a uno, los timbres de aquellas mansiones. Las empleadas uniformadas se encargarán de vaciar tu canasto. Con el dinero de la venta, tu madre te comprará algo. Ella ha estado reuniendo las ganancias de los últimos días. Estás seguro de que te va a regalar alguna cosa porque mañana es tu cumpleaños. ¿Te comprará un par de chuteras? Sí, creés que será eso. Podrás usarlas en las mañanas para ir a la escuela. Y en las tardes ya no jugarás descalzo. Meterás muchos goles con esas chuteras. Serán negras enteritas. No, mejor negras con una raya blanca. Blanca como la bolita de vidrio que tocás en tu bolsillo. Mañana no saldrás a vender. Tu madre te preparará un café; aunque te parece que va ser un chocolate con leche. Tu hermana irá en tu lugar mañana en la tarde. Por eso debés aprovechar esta oportunidad. ¿Te vas a subir a ese árbol desde donde viste el otro día el techo y los balaustres de la casa blanca? El portero te sorprendió mirando, y si no te hubiese amenazado con guasquearte, hubieras podido trepar más arriba para mirar mejor. No importa, esa vez huiste, y ahora tendrás más cuidado. No te va a pillar. ¿Será un castillo como en los cuentos? Casi no viste nada. Los dueños no quieren que nadie se acerque. La barda es muy alta, y con alambre de púas. El portero no es malo. Cuando pasás y él está parado en la calle, te compra; pero, el portón se ve siempre cerrado.
Antes, no sabías nada acerca de ese caserón. Fue tu madre quien comentó una vez.
-Los dueños eran pobres como nosotros -y agregó-. Sólo que nosotros no hacemos negocios turbios-. Era imposible, según tus vecinas, llegar a ser tan rico de la noche a la mañana, sin sacarse la lotería. Tu madre también te prohibió andar espiando por la casa amurallada. Ella sí que te dará una paliza si te acercás, pero ¿quién le habría de avisar? Y si le avisan podés huir. Ella no te dará alcance. Nadie te gana a correr. Llegás a la esquina, y tu corazón late acelerado por la emoción. Esta vez no vas a treparte a ningún árbol, harás valer tu condición de vendedor. Mirarás por el portón una vez abierto, y sabrás cómo son los castillos. Presionás el timbre. Te parece interminable el tiempo que transcurre hasta la aparición de aquel hombre con el revólver. No sabés por qué, pero sentís que por la herida de tu pecho se te escapa el alma. Y nadie le gana en la huida.

AL FINAL... LA NIEVE*

Blanca Elena Paz

Cuando tus pies busquen a tientas las pantuflas, sabrás Estajo que la realidad es más cruel. Porque al despertar angustiado de esa pesadilla habrás deslizado tu mano entre las sábanas, encontrando junto a ti un lugar vacío.

Así será Estajo: no estaré en la cama.

Entonces, tus pasos te llevarán por la galería de mármol, aprisa como tus latidos pensando hallarme en la mecedora del zaguán.

Tu ilusión será vana Estajo; tampoco estaré allí.

Aunque regreses al dormitorio y revises el baño, la cocina, el patio y el jardín no me encontrarás.

¿Te convencerás Estajo? ¿Dejarás de buscarme?

Me habré ido, como tú lo sabes, una noche antes de tu despertar. No me habré llevado nada, y nada te habré dejado ni siquiera un hijo, una prolongación tuya… mía.

No es culpa nuestra Estajo, no lo decidimos así.

Insomne, en el portal despedirás la noche, y descubrirás Estajo que el día, antes de ser día, es una penumbra violácea, sonrosada, color tornasol. Cuando veas que una mancha brillante por el horizonte se acerca a ti, no pienses que vendré como ella.

Estajo, esa esfera es el sol.

Será inútil que tu corazón se acelere cada vez que ante la puerta se detenga algún motor.

Los amigos Estajo, querrán acompañarte en un momento así.

Y al quedar nuevamente solo regresarás a la sala. Allí, olvidada en el piso, encontrarás una flor. Si al agacharte a recogerla los lentes se te empañan, ¡quítatelos!

Esa flor me habrá acompañado Estajo, apenas la noche anterior.

Cuando el tiempo pase volverás a caminar por los muelles. Si tienes que apartar de tu frente ese mechón de cabellos, que la brisa se empeñará en despeinar, observa cómo cambian de color las aguas en las puestas del sol.

Las puestas de sol contigo Estajo; siempre me gustó el mar.

Y algo más tarde, cuando decidas regresar a casa, notarás cómo la arena -antes tanta-, parecerá una cinta dorada.

Es la marea Estajo. La marea que sube hasta cubrir parte de la playa.

Sentirás la misma sensación de frío que me invadía cuando las olas azotaban las rocas, para luego esparcirse en esferas de espuma.

Tú, me abrazabas Estajo, me abrazabas y yo… yo siempre te he querido.

El invierno llegará y pensarás en lo que fuimos. Para ti solo la casa resultará enorme.

Como tu mano Estajo, aprisionando la mía.

Mi tierra volverá a tu memoria. Allí nos conocimos y nunca nieva, ¿recordarás mi llanura cálida?

Como tu piel Estajo, invitándome al amor.

Cuántas horas vimos pasar juntos, haciendo planes, seguros de no separarnos y ya ves, aquello no se cumplió.

Aunque te duela quedar solo Estajo, la vida continuará aun sin mí.

No te lamentes. Ojalá pudieses escucharme. Quisiera decir algo que te sirviese de consuelo, pero no es posible. Pese a tus lamentos las señoras no callan. Una por una deslizan las cuentas del rosario entre sus dedos.

Guarda silencio Estajo. Es la última oración por mí.

Mira, el invierno se adelanta este año. Con una capa blanca va cubriendo la hierba del camino.

Aquí está nevando Estajo, y allá donde nací es verano.

Me llevan en andas y no quiero irme. Deseo quedarme aquí, permanecer para siempre a tu lado.

¡Eres mío, mi alma te conjura! Desde el silencio te conjuro…Estajo.





*Blanca Elena Paz. Teorema: cuentos. Editorial LiteraViva. Santa Cruz, Bolivia.1995

HISTORIA DE BARBERO

Blanca Elena Paz


Hasta la Virgen lleva sombrero en el camino hacia la gruta. Va de pie en las parihuelas; sobre el tablero recubierto por satén celeste. Tras ella: la tambora, un par de platillos, dos flautas, y las columnas de fieles que repiten al unísono el "ora pro nobis".

Un hombre ha descendido del colectivo que pasa por allí diariamente alrededor de la media tarde. A lo lejos, aún distingue los colores en la vestimenta de los rezagados que se apresuran.

El pueblo está desierto y en silencio. Por momentos, el viento levanta la tierra liviana y caliente. Acarrea, entre tumbos, las ramas secas que él mismo arrancó de los arbustos. Algunas casas, originalmente blancas, rodean la plaza. Otras se distribuyen en varias cuadras a la redonda, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales. Como esperando al recién llegado, la puerta de la peluquería permanece abierta.

-Claro que hay gente aquí, pase don Agapito. ¡Lo veo y no lo creo! ¿Le asombra que lo reconozca? ¡Cómo olvidarlo después de todo lo que pasó! ¡Siéntese, cuántos años! Se ve usted algo cansado. Debe ser por el recorrido en un vehículo incómodo. No... ¿para qué? No valía la pena venir en alguno de los de su propiedad por lo pésimo que es el camino. ¿Acepta un guarapo? No puedo ofrecerle nada más, ni siquiera una soda porque las pulperías están cerradas. Todos se han ido hasta la nueva gruta. En rogativas por la lluvia, como ya se sabe. Regresarán a las siete, para que no los castigue tanto el sol.

-Así ha de ser, don Agapito. Ningún punto de comparación entre este pueblo y los países que usted ha recorrido representando al gobierno. Si, tiene razón, hay pocos cambios por estos trechos. Recién aumentaron cuatro hileras de ladrillos en la barda de la iglesia. Claro que robaron; fue el año pasado. Treparon por ahí unos pícaros que iban de paso. Se llevaron los candeleros de plata y la corona de "Nuestra Señora".

-Alegró mi tarde con su llegada. Sí, también yo creo que iba siendo hora de su regreso definitivo.

Los años no se ven en usted, pero con todo respeto: "está mal rasurado". Es así: las máquinas eléctricas no sirven. Yo sé que a usted le gusta el afeitado al estilo criollo. Por nada más le voy a regalar un trabajo impecable. Pero venga, siéntese en esta butaca y póngase cómodo. Gracias por sus palabras; el mérito no es sólo mío. El oficio me lo dieron los franciscanos y la experiencia... el montón de años que pasé trabajando aquí y en el exilio.

-¿Está bien así? El ayudante no puede saludarlo. Es mi hijo Pedro, el más chico. Nació ciego y sordomudo. Fue por la enfermedad de su madre cuando estaba en cinta. Estoy de acuerdo con usted: "la vida es amarga".

-Aunque no crea, don Agapito; siempre estuve seguro de su regreso y fíjese ¡aquí está! Si señor, la memoria es débil. Le creo cuando dice que se le han ido borrando muchas cosas importantes. Ojalá conmigo hubiera ocurrido lo mismo, pero no fue así.

-El otro cambio en el pueblo es el cementerio nuevo, sólo para los niños ¡Tantos angelitos! El campo santo antiguo quedó chico por las malas rachas del vómito y la diarrea. ¿Caminos? Ya los vio. Frutas y verduras, cuando no las achicharra la sequía antes de la cosecha, se pudren en espera de los camiones para llevarlas de aquí. La época de lluvias es la peor; por el jabón que se forma con tanta agua y arcilla.

-Es muy buena su intención de poner aquí una tejería. ¿Así que vino a echar un vistazo antes de hablar con sus hijos y los proyectistas? Disculpe que lo haga sentir como atado de brazos y piernas al sillón empotrado. Es el modelo de la bata. La estoy estrenando en usted. ¿Parece un preso? ¡Ya me hizo reír!

-Seguramente a los demás también les podría interesar su propuesta de inversión. Lamentablemente no lo vieron cuando usted llegó. La navaja todavía no está a punto. Voy a sacarle un buen filo con la correa, aquí a su lado; mientras conversamos.

-No, no desconfíe de mi vista ni de mis manos. Estoy viejo pero las conservo bien. Mi hijo, dice que tengo un pulso como de cirujano. ¿Cuál? Rosendo. Desde la ciudad nos asiste económicamente a su hermano y a mí. Lo hice estudiar para dentista. Con privaciones, Don Agapito, con privaciones. Sólo cortando barbas y cabellos, y claro… con lo que me dieron por hombrear los cajones de pescado en El Callao. Lejos de la tierra, es verdad; pero con la idea fija de volver.

-Vamos a reclinar un poco la butaca, para facilitar mi trabajo. ¿De viudo?, llevo dos años. No he querido irme a la ciudad como Rosendo me propone. No he aceptado hasta el día de hoy, por esperarlo a usted, Agapito.

-¿Para qué? ¿Todavía no se dio cuenta? Esta correa no está de buen temple como para afilar cuchillas. La vamos a tensar. ¿Olvidó acaso que unos cuantos y yo no lo apoyamos en su posición política? ¿No recuerda lo que entonces inventó para acusarnos de complotar contra el gobierno? Había epidemia de rubéola. Eso sí no lo olvida porque hasta usted enfermó.

-Falta poco, Agapito. Vamos a probar el filo cerca de las patillas. De nada sirvieron las declaraciones hechas a mi favor por Monseñor Manresa y los otros curas que me criaron. Para evitar represalias, hijos y esposas tuvieron que huir con nosotros. Mi mujer estaba embarazada y se contagió del mal, monte adentro.

-Ya me parecía que no estaba bien afilada. ¿A ver en el mentón? El ejército nos rastreó durante varios días. Sabíamos que tiraban a matar. Mientras cruzábamos los curiches sumergidos hasta el coto, escuchábamos el latido de los perros.

-¿Siempre transpira así, Agapito? Lucía, mi hija, fue la primera víctima. Entre convulsiones la consumió la fiebre. Para sepultarla cavamos a machete limpio. Y continuamos abriendo sendas; hasta salir a la frontera.

-¿ Le volvió la memoria, Agapito? ¿Se acuerda de mi puerca de raza? Su lechigada, por lo general, era de diez chanchitos. Me la había regalado mister Thompson, esa vez que fui hasta su estancia para curarle un uñero. El bigote sobra, lo vamos a recortar antes de rasurarlo. Usted mandó que secaran a mi padre al cepo, mientras yo estaba de huida. No sólo ordenó que se llevaran la puerca y los lechones sino también mi material de peluquería y la máquina de coser en la que trabajaba mi mujer.

-No grite ¿para qué? Nadie va a venir en su auxilio. Sólo hemos quedado tres personas en el centro del pueblo: usted amarrado, Pedro, que no se da cuenta de nada, y yo prestándole un servicio. Junté todas las toallas. Son regalos de mi hijo. ¡Ya, cállese carajo! Bien sabe para qué las voy a necesitar.

-Pasé años imaginando este momento ¡Ojalá estuviera aquí mi compadre Néstor! Meses después de salir del monte se volvió sordo, dicen que a causa del paludismo.

-Allá, entre las espinas, no hay médicos Agapito. No hay vacunas, sueros y a veces ni siquiera hiel de jochi. Tampoco en el monte hay muñecas. Mi hija las pedía en su delirio. No voy a dejar rastros se lo aseguro.

-¿Cómo dice? No mienta ya, deje de lloriquear ahora que hemos recapitulado juntos la verdadera historia. ¡Qué olor insoportable! Bueno, sus pantalones no me importan y no pienso usar más el sillón después de limpiarlo. También puede vomitar todo lo que tenga, Agapito. Orine, berree, y si tiene con qué hacerlo ¡Arrepiéntase!

Éste es el filo que necesito en la navaja.



Este cuento ha sido llevado a la pantalla y en estas fechas se encuentra en proceso de edición para su próximo estreno, a finales de enero/05 o en los inicios de febrero/05.

* Blanca Elena Paz. Onir: cuentos. Editorial La Hoguera. Santa Cruz, Bolivia. 2002

Aqui conoceran a Blanca Elena Paz

Lectores de la aldea global en esta pagina conoceran el trabajo de una de las escritoras mas talentosas de Sudamerica. Les aseguro que no quedaran defraudados.